lunes, 28 de julio de 2014

EL PATO QUE TENÍA HIPO


Los hermanos Cua, Cuo, Cui se despertaron asustados cuando escucharon un extraño sonido:

-          ¡Hip! ¡Hip! – salía de dentro de su pobre hermanito Cui que abría muchísimo los ojos y no conseguía hablar.

-          ¿Qué te has tragado? - preguntaba Cua abriéndole el pico.

-          ¿Qué te has escondido? – preguntaba Cuo levantándole el ala.

A lo que Cui sólo respondía:

-          Hip, Hip – abriendo mucho el pico.

Buscaron desesperados a Mamá Pata y, al no encontrarla, salieron en busca de alguien que les ayudase.

En el estanque donde aprendían a nadar encontraron a un pez:

-          Señor Pez, mi hermanito Cui se ha tragado algo y no sabe cómo sacarlo…- decía Cuo.

-          Hip, Hip – terminaba contestando Cui.

-          Qué extraño sonido – decía el Señor Pez moviendo las agallas - tal vez si bebes mucha agua consigas ahogarlo…

-          Muchas gracias - contestaron al unísono Cuo y  Cua – Hip, hip – añadía Cui.

El pequeño Cui comenzó a beber y a beber agua hasta hartarse. Se levantó, miró a sus hermanos, pero cuando abrió el pico sólo pudo decir:

-          Hip, Hip – y se echó a llorar.

Siguieron andando y se encontraron con una gallina que escarbaba la tierra.

-          Señora Gallina, mi hermanito Cui se ha tragado algo y no sabe cómo sacarlo… - decía Cuo.

-          El Señor Pez nos ha dicho que bebiese mucha agua pero no se le ha pasado – añadía esta vez Cua.

-          Hip, Hip – terminaba contestando Cui.

-          Qué curioso, nunca lo había oído – levantaba la cabeza la Señora Gallina mientras con las patas seguía removiendo la tierra – tal vez si comes mucho se vaya ese ruido… - añadió la Señora Gallina mientras agachaba la cabeza para seguir comiendo.

-          Muchas gracias - contestaron al unísono Cuo y  Cua – Hip, hip – añadía Cui.

Se fueron corriendo a su comedero y Cui comió y comió pero cuando abrió el pico sólo pudo decir:

-          Hip, Hip.

Como Mamá Pata seguía sin aparecer, decidieron seguir buscando quien les dijese cómo solucionar el problema. Y Cui, que estaba lleno de agua y comida, no conseguía alcanzarles.

Siguieron andando y se encontraron con un cerdo que se entretenía jugando en el barro:

-          Señor Cerdo, mi hermanito Cui se ha tragado algo y no sabe cómo sacarlo… - decía Cuo.

-          El Señor Pez nos ha dicho que bebiese mucha agua, la Señora Gallina que comiese mucho, pero no se le ha pasado – añadía esta vez Cua.

-          Hip, Hip! – terminaba diciendo Cui.

-          Hum… déjame que piense… - decía el Señor Cerdo agitando la cabeza – tal vez la solución esté en cerrar el pico y no respirar para que se ahogue el ruido…

-          Muchas gracias - contestaron al unísono Cuo y  Cua – Hip, hip – añadía Cui.

Esta vez fueron los tres hermanitos quienes se decidieron a hacerlo mientras se alejaban de la cochinera. Después de unos segundos, los tres los abrieron para volver a respirar y Cui sólo pudo decir:

-          Hip, hip!

Siguieron andando por la granja y se encontraron con un caballo.

-          Señor Caballo, mi hermanito Cui se ha tragado algo y no sabe cómo sacarlo… - decía Cuo.

-          El Señor Pez nos ha dicho que bebiese mucha agua, la Señora Gallina que comiese mucho, el Señor Cerdo que no respirase, pero no se le ha pasado – añadía Cua.

-          Hip, Hip! – terminaba diciendo Cui.

-          ¿Habéis probado a que alguien le de un susto?

-          Muchas gracias - contestaron al unísono Cuo y  Cua – Hip, hip – añadía Cui.

Olvidándose de los consejos de su mamá de no alejarse demasiado, no tardaron en salir de la granja y adentrarse en el bosque. Allí, entre la espesura, se encontraron con un oso, que los miraba.

-          Se-se-se-ñor Oso, mi-mi mi herma-ma-nito Cui…

-          Grrr!!!! – gruñó el oso y salieron asustadísimos dispuestos a no adentrarse más en el bosque.

Corrieron y corrieron hasta regresar a la granja y finalmente encontraron a Mamá Pata.

-          Hijos míos, ¡qué alegría! ¡no os encontraba por ningún lado! – dijo abrazándolos.

-          ¡Mamá, mamá! – contestaron a la vez los tres hermanitos.

-          Cui, ¡ya no te sale ese ruido del pico! – dijeron Cua y Cuo.

-          Es verdad – dijo Cui.

Cuo fue a hablar y lo único que le salió fue:

-          Hip, hip – abrió los ojos asustado y miró a su mamá y sus hermanos.

-          Nooooo – dijeron Cua y Cui.

-          Ja, ja, ja – se rió Cuo. – Era una broma. ¡Os lo habéis creído!

Cua y Cui movieron las alas enfadados y se acercaron a su mamá para abrazarla.

-          No se gastan bromas – le renegó. – Lo que vuestro hermano tenía se llama hipo. Pero no pasa nada. Viene y se va cuando quiere.

Se quedó mirándolos un momento y, guiñándole un ojo a Cuo, gritó:

-          Hip, hip.

-          ¡Hurra! – contestaron los tres hermanos echándose a reir.

EL VUELO DE LOS LIBROS


El sonido anual inundaba las calles. Millones de aleteos llenaban de música celestial los oídos de los niños que correteaban felices intentando atraparlos. Los libros cubrían el cielo y no dejaban traspasar la luz del sol.

Algunos ya habían elegido a su dueño y bajaban en picado como águilas hacia su presa, que esperaba impaciente con las manos abiertas o corría presurosa y se escondía detrás de la puerta de casa. El libro, en este caso, alzaba el vuelo en busca de otro a quien amar.

Un mendigo atisbaba en las sombras en busca del libro de Mark Twain. Tal vez le pudiese sacar de aquel atolladero donde andaba metido. Pero nunca se dejaba atrapar y huía burlándose de él.

Ha pasado un año desde entonces y vuelve a oírse el peculiar aleteo. Esta vez nadie sale a recibirlos. Están metidos en sus hogares con Internet, Ipads, Ipods, Ebooks y demás tecnologías. Se han olvidado del olor de sus páginas recién imprimidas, de su textura.

Los libros, heridos, caen lentamente intentando alzar de nuevo el vuelo pero es demasiado tarde. Yacen marginados junto al polvo del camino.

El mendigo recoge con ternura el que durante tanto tiempo ha sido la fuente de sus esperanzas. Lo lee, lo relee, pero la magia ha desaparecido.

DIFERENTE


-         ¿Qué has hecho? – dice mi padre tambaleándose. Tiene los ojos rojos.

-         Nada – respondo levantando la vista del libro.

-         Eso, nada de provecho – tartamudea empujándome.

Me llaman cuatro ojos y dicen que soy diferente. ¿Por qué? ¿Porque  me escondo entre las dos paredes de mis libros? ¿Porque me acuesto yo sólo y me refugio bajo las sábanas para vivir en otro mundo?

Hasta mis peores pesadillas son dulces sueños comparadas con mi realidad.

Por fin es de noche y huyo hacia mi salida.

- Uf – me quejo tocándome la espalda. – Otra noche en la que escucharé sus gritos – pienso. – No se ha quedado a gusto haciendo de mí su saco personal.

martes, 8 de julio de 2014

LA VISIÓN II

El globo ascendía. Metió la mano en el bolsillo y sacó el mechero. Jugó con él mientras contemplaba su obra.
Miles de llamas lo cubrían todo. Los gritos se apagaban. Los cuerpos, inertes, se consumían.
Aquellos que se burlaban de él, ya no estaban. Comenzó a reír, cada vez más fuerte. No podía parar. Tosió e intentó inspirar una gran bocanada de aquel humo negro con ligero olor a chamusquina.
Siguió riendo. Se agarró a una de las cuerdas que unían el globo a la cesta y se tambaleó. Se dobló y cayó al vacío.

Su carcajada paró cuando chocó contra el suelo. La risa, el golpe y las llamas habían acabado con su vida.

martes, 1 de julio de 2014

MI VIDA POR UNOS ZAPATOS

Bajé del coche y estiré las piernas. Bostecé. Sonreí imaginando a Marta mirar la hora y pensando en mí. Eran las doce de la noche. Había conducido hasta el agotamiento. Por la mañana continuaría mi regreso a casa.
Vi un vagabundo que se acercaba tambaleándose. Ignorándolo, me dirigí al motel.
-         Eh, tú, ¿puedes ayudarme con algo? – gritó.
-         Lo siento, no tengo suelto – dije palpándome los bolsillos sin volverme.
-         Entonces dame tus zapatos.
Seguí caminando.
-         He dicho que me des tus zapatos – amartilló una pistola y el tiempo se detuvo. Me giré despacio y vi su sonrisa desdentada.
-         Vaya, ahora que tengo tu atención, tus zapatos serán míos.
Intenté disuadirlo pero seguía en sus trece. Al seguir tambaleándose, me lancé contra él en un intento de quitarle el arma y caímos al suelo. Se disparó. Mis manos fueron a la herida. Muerto de miedo, tiró la pistola y escuché sus pisadas alejarse en la grava. Mientras cerraba los ojos, oí gritos que se hacían más fuertes. No volvería a despertar a Marta con un beso en su mejilla.

El suelo se fue tiñendo de rojo y mi corazón dejó de latir antes de que llegase la ambulancia.