miércoles, 31 de diciembre de 2014

CONFUSIÓN


Felipe cogió una de las dos piedras que había encima de la mesa y me la arrojó con todas sus fuerzas.


El golpe en la cabeza me había regalado un enorme chichón. Veía doble, el cielo tenía un poderoso color rojo y la tierra un pálido azul. Sorprendía a los delfines saltando entre las rocas mientras por las plácidas aguas trepaban las cabras y los rebecos.

- Joder, te pedí que me dieras con la piedra del realismo, no con la de las alucinaciones… - dije llevándome la mano al centro de mi dolor.

- Mierda, ésa era la mía, ¿tú crees que funcionarán dos veces?

Al cabo de un rato, discutíamos acaloradamente sobre la existencia de Dios.

LA SIESTA


El hombre se quedó traspuesto con el libro abierto entre las manos. Las imágenes cobraron vida y salieron del papel para jugar.

Una se rió tan fuerte que el hombre dio un respingo en el sitio aunque sin llegar a abrir los ojos. Las demás la riñeron por armar tanto ruido.

El hombre ocultó una sonrisa y entre abrió los párpados mientras las dejaba jugar un rato más.

Cuando se desperezó, las imágenes corrieron a ocupar de nuevo su lugar.

-¿Hasta cuándo vamos a fingir que no sabemos que lo sabe? -susurró la más pequeña a las demás.
- Hasta que deje de pensar que nos chupamos el dedo...

UNA TIERNA IMAGEN


La madre cosía mientras la niña acariciaba el gato.

A través de la ventana notaban la presencia que atisbaba entre los arbustos. 

- Mamá, ¿se ha ido ya? - preguntó la pequeña al cabo de un rato.

- Creo que sí - contestó la madre levantando la vista de la costura y apartando un poco el visillo.

La vecina regresaba a casa con los puños cerrados y murmurando enfadada. Elevó el puño en alto amenazador mientras pensaba:

- ¡Juro que os descubriré! 

Mientras , en la casa, madre e hija se transformaron en brujas.

- ¡Qué buena idea dar vida al arbusto! Nos avisa cuando se acerca esa maldita alcahueta... Muahahaha

domingo, 7 de diciembre de 2014

UN AÑO MÁS

Aquel atardecer había sido el más hermoso que habían visto en su vida. Miles de colores iluminaron el cielo como si explotasen centenares de cohetes.

Tras años, bienios, lustros, décadas,  centurias y milenios cuando cierta gente se divertía asustando al resto con la amenaza del Fin del Mundo, había llegado el momento en que nadie creía en ella.

Por eso, cuando aquella noche, a escasos minutos del Nuevo Año,  cuatro jinetes irrumpieron en la abarrotada plaza, cundió el pánico entre la muchedumbre.

Al llegar al centro, serios, se quitaron los antifaces estallando en carcajadas. Poco a poco volvió la normalidad y los corazones se acompasaron tras la broma macabra de los cuatro gamberros.

La gente continuó bebiendo, brindando y riendo. Tras las campanadas del Nuevo Año, todo seguía igual, o eso pensaban. Nadie vería amanecer.

El Sol, con aquel ocaso, había querido rendir homenaje a todos aquellos que lo habían adorado, amado y luchado por él. Con las campanadas comenzaba su ansiado descanso gracias a su jubilación.